Los programas de concurso, los maestros de escuela y las fábulas infantiles se empeñan en mostrar el espíritu cooperativo de las sociedades de hormigas y su excepcional empeño como trabajadoras que velan por el bien de la colonia en lugar de por el suyo propio.
Sin embargo, una mirada detallada al fascinante mundo de las hormigas, haría comprender una verdad que rompe con todo intento de poner a estos insectos como modelo de sociedad, pues el espíritu comunitario no se funda en una cuestión instintiva sino en una relación de sometimiento a partir de un engaño milenario. Así es, las hormigas no son tan distintas a los seres humanos.
Hasta hace un tiempo, los científicos estaban convencidos de que el secreto de la realeza se encontraba en la nutrición, que las hormigas reinas eran criadas de manera diferencial para lograr desarrollarse de forma distinta que las obreras. Sin embargo, estudios recientes atribuyen esa diferencia a una cuestión genética.
La pregunta es, ¿por qué entonces son tan selectas las hormigas reinas? Allí es donde arribamos al gran engaño. No son causas naturales, sino el comportamiento egoísta y manipulador de los machos portadores del gen, que deciden pasar su descendencia a un grupo selecto de hembras y así asegurar el orden de la colonia, en un régimen despótico en el que unos viven a costa del trabajo de la mayoría.
La relación no es de igualdad sino de explotación a causa del comportamiento egoísta de algunas hormigas que por poseer el gen real tienen poder sobre el resto. Como si fuera poco, las líneas genéticas de las colonias hacen pensar a los investigadores que con astucia, los machos portadores del gen diseminan su esperma en distintas colonias para que nadie note la ventaja injusta que dan a sus descendientes.
Si fueran demasiadas las larvas que se convierten en reina, el engaño sería descubierto y las hormigas obreras podrían ponerse en su contra. Al final de cuentas, las hormigas no tienen nada que envidiarle al mismísimo Maquiavelo.
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